La masculinidad, no es una categoría esencialista, ni estática, sino una construcción socio-histórica que se encuentra estrechamente vinculada a otras categorías como la raza, la nacionalidad, la clase social o la opción sexual. Las características, conductas a seguir y cánones que la definen, varían en cada contexto espacio-temporal, y son una meta a alcanzar por los varones; particularmente aquellas que definen a un modelo de masculinidad hegemónica, que detenta el poder en las relaciones con las mujeres y con los hombres que no cumplen los requisitos que dicho modelo establece.
A tono con lo anterior, es válido resaltar que al hablar de masculinidad, no podemos obviar la existencia de múltiples tipologías de esta, de ahí que muchos académicos(as) utilicen el término en plural: masculinidades.
Es muy raro que un hombre, ante cualquier problema de trabajo, de estrés, o depresión vaya a llorar al hombro de un amigo, a confesar sus frustraciones. Regularmente como se nos construye socialmente para rivalizar, el hombre debe cuidarse de no tener puntos endebles. Ni siguiera a los amigos, se les puede mostrar algún grado de vulnerabilidad.
Desvirtuando el discurso androcéntrico, la lucha no es contra el hombre sino contra la ignorancia.
El deporte, particularmente, juega un papel fundamental en la socialización de la masculinidad entre los jóvenes. Se intuye que un joven con dotes para el deporte estará más preparado para enfrentar las durezas de la vida.
Sobre el tema del estatus económico urge indagar en cómo los patrones culturales obligan a los hombres a responder al arquetipo de buen proveedor del hogar. Para ello se pone a prueba la capacidad de obtener bienes materiales. El éxito se corresponderá entonces con la realización económica, muchas veces marcada por la angustia de obtener dinero. En una sociedad con adversas coyunturas económicas se hace muy visible la competencia por obtener los empleos más remunerados.
El arte es otra de las actividades donde es común ver a los jóvenes incursionar en la búsqueda de prestigio social. Si bien es cierto, que manifestaciones como el ballet clásico tienen menos aceptación por aquella suspicacia de una posible conversión a la homosexualidad, otras actividades como la música despiertan en los varones, desde temprana edad, la curiosidad y el interés por prepararse y alcanzar un lugar de privilegio.
Los medios de comunicación siguen jugando un papel protagónico en la transmisión de valores relacionados con las masculinidades hegemónicas.
Cuando uno lee una noticia, oye la radio o ve un programa televisivo advierte preceptos machistas. Es evidente que la cultura profesional de los comunicadores enraíza prácticas e imaginarios que tienden a perpetuar los modelos de masculinidad vigentes. El fenómeno no es una singularidad mediática. De las más variadas maneras los grandes y pequeños emporios de la comunicación mundial masifican la idea de que la igualdad entre hombres y mujeres puede llegar con tácticas simplistas, como crear revistas destinadas a los hombres; donde la imagen y el cuerpo son lo más importante.
Los más jóvenes establecen sus propias angustias masculinas con la mira en el <<cómo será>> el futuro. Temen al alcoholismo, la violencia física y la drogadicción. Rechazan la desvinculación laboral, pero sus expectativas se orientan a opciones donde puedan tener acceso a ingresos.
Las masculinidades de los jóvenes se enfocan según la función social del individuo y de lo que esta le exige como comportamiento socialmente aceptado.
Un hombre será muy bien visto si cumple su rol de buen padre proveedor, cuadro político abnegado, joven o adulto exitoso en los estudios, mujeriego, músico, deportista o artista.
Sigue siendo representada la masculinidad hegemónica por los hombres blancos, citadinos y heterosexuales.
Uno de los temas más controversiales que se debaten en el seno de los estudios de masculinidades es la relación del hombre y su sexualidad. Nosotros tenemos toda una mítica relacionada con la sexualidad y el supuesto extraordinario comportamiento de los hombres fomentado con imaginarios que le dan atributos de excepcionalidad a sus penes.
La relación entre el hombre y su pene va más allá de cuestiones sexuales o biológicas. La cultura de la masculinidad latina le rinde un desmedido culto al órgano sexual, el cual es nombrado de disímiles formas, pero en casi todos los casos tiene que ver con objetos potentes y seguros.
El hombre desde niño, es socializado para demostrar su hombría y poder sexual, a partir de sus dimensiones penianas.
La falta de relación de los penes con la estética actual de la cultura, no permite la integración del cuerpo masculino a las artes sin dejar a un lado la morbosidad o la pornografía sadomasoquista.
Los hombres deben ejercer un análisis reflexivo y crítico sobre sus estilos de vida, y la manera en que la violencia se hace presente.
En conjunto se ha de trabajar en la modificación de todas las leyes que legitiman –de manera consciente o no- el ejercicio de cualquier forma de violencia por parte de los hombres.
Asimismo, los hombres continuamente están siendo violentos con otros hombres y consigo mismos, como parte de la socialización de sus masculinidades.
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