Transcendencia viene de las palabras latinas “trans”, que significa más allá o por encima de, y ascendo, que quiere decir subir. Buena traducción para la palabra transcendencia es la de subir de nivel o saltar de un nivel a otro..
Con ese significado me pregunto de momento: ¿Podré yo como ser inteligente o como hombre saltar a otro mundo distinto del que aprecian mis sentidos externos e internos, incluida la imaginación tan ambiciosa y de amplitud casi infinita? ¿Podrá mi inteligencia humana o mi razón con su poder argumentivo ascender a una verdadera y cierta realidad, que en ningún modo me engañe? ¿Podré yo transcender desde el mundo de las ciencias empíricas al mundo de la filosofía, cuyo cielo supremo es la metafísica?
Lo consiguió Descartes. ¿Podré yo también conseguirlo? Mi amigo Descartes se propuso el problema con el máximo rigor y con la máxima angustia. Rigor, porque quería llegar a la verdad pura, verdaderamente cierta y convincente, sin los posibles fantasmas o engaños de los sentidos. Angustia desesperante y difícilmente de reducirse a la calma; angustia por el sentimiento o presentimiento de impotencia para conseguir lo que pretendo: una verdad-cierta-transcendente.
Lo había intentado muchas veces, pero en vano; se me rompía en añicos el entramado de la escalada. ¿Será ahora un nuevo fracaso? Me rompo la cabeza o rompo con ella el cielo para llegar, cueste lo que cuesto, a mi sueño de la transcendencia cierta, esa estratosfera en la que parecen bailar mis ideas o mis confusos fantasmas.
¡Eureka! Cogito, ergo sum: Pienso, luego existo. No me han entendido bien; ni tú que me interrogas tan cercano. Quiero decir que existo yo, ser pensante; existo como ser pensante. Soy un ser pensante que existe de verdad; con una verdad cierta, inconmovible. Lo veo claro; lo veo distinto. Me siento bien yo; diferenciadamente yo.
A ti te puede pasar igual; te pasa igual, porque el hombre es un ser pensante. El ser pensante existe. Es el principio de toda filosofía; me he colocado con toda certeza en la transcendencia. Yo soy el creador de mis pensamientos. Puedo relacionarlos como causas y efectos, igual que en el orden matemático y físico explico cómo y por qué una cosa deriva irremisiblemente de otra.
El mundo transcendente de mi pensamiento es grande, pero siempre limitado; más limitado seguramente que el de otros hombres, que me parecen más listos que yo. ¿No habrá un ser inteligente súper inteligentísimo, al que no se le escape nada sin saber, del que deriven los saberes a los seres de inteligencia limitada, de forma que nuestro saber sea una participación del saber del sabio e inteligente por antonomasia, la inteligencia infinita, el infinitamente sabio?
Si yo estoy cierto que existo, porque tengo la idea clara y distinta de mi existencia pensante, ese ser pensante supremo, del que yo dependo, existe con infinita mayor razón y certeza que yo. Como ese ser infinitamente pensante, del que dependen los otros seres pensantes es lo que llamamos dios; luego Dios existe. He ahí otra idea perfectamente clara y distinta. Ahora puedo establecer relaciones realmente ciertas entre Dios y el hombre. Y de ahí nacen las distintas ramas de la ciencias de la razón pura: las diversas partes de la filosofía.
Eso tiene más fuerza que la más limitada razón pura que nos presenta Kant: una razón que no logra llegar a la transcendencia. Sus seguidores no tienen la fuerza cartesiana para llegar al ser pesante, o que se mueve con normalidad en el mundo transcendente. Tampoco puede llegar al ser pensante infinito, ni a las relaciones de uno y otro, que dan existencia real-cierta, clara y distinta a las distintas partes de la filosofía, que crea o hace ciertamente existente el hombre o ser pensante por naturaleza.
Hay otra transcendencia, a la que Don Miguel de Unamuno deseaba angustiosamente llegar: la transcendencia religiosa con su mundo místico de misterio. El convento dominicano de San Esteban de Salamanca tenía sabios en teología especulativa y mística divina. Unamuno gustaba hablar con ellos; tenía entre ellos buenos amigos. El más íntimo para él era el Padre Matías Gacía que era muy comunicativo y se prestaba fácilmente al diálogo; además era catedrático de Teología dogmática, la parte más subida intelectualmente de la Teología. A Unamuno le atraía esto: cómo subir con la razón a la suma transcendencia, como eran los misterios teológico sobrenaturales. Otro fraile de aquella comunidad, era el espiritualista místico Padre Juan González Arintero; pero este se ofrecía menos al diálogo, y Unamuno le consultaba menos, porque le parecía que no le gustaba que le quitaran el tiempo de sus trabajos. No obstante era el sueño más sublime para Unamuno: transcender a lo más alto del mundo místico de relaciones directas con la divinidad, como los grandes místicos.
Unamuno logró la transcendencia a lo divino, no por la razón, sino por los sentimientos sublimes de su alma de poeta. Pondremos al final un bellísimo ejemplo. No obstante en el orden de la transcendencia filosófica veo a Unamuno más ligado a la razón práctica del puro kantismo. En efecto Kant logró su transcendia filosófica no por la razón pura, que es lo hemos bocetado arriba, sino por la razón práctica, que se alimenta de la historia, las costumbres, la psicología social y personal. Me recuerdan estos recursos de ambos filósofos a lo formulado por el moderado sitema del tomismo con la expresión frecuente latina de “ut in pluribus” (“como de ordinario”, ”como sucede comúnmente”). Es un sistema éste que suele llamarse realismo moderado, porque no es ni puramente idealista ni puramente realista. No es materialista o que se conforme con la sola inducción de los solos sentidos, ni idealista, que se conforme con la pura deducción conceptual de las ideas. Los campos prácticos de la historia, los sentimientos, las costumbres etc. abren también una brecha importante para la transcendencia.
Ahora viene el ejemplo prometido de UNAMUNO; unos versos de su Salmo III (un canto a Dios. Recito repetidamente algún verso, y una palabra que va entre [], para dar fuerza a mi recitado, y grabarlo intensamente dentro de mí ser, y añado al final mi AMÉN; ):
Son tu pan los humanos anhelos;
es tu agua la fe.
yo te mando, Señor, a tus cielos,
[yo te mando, Señor, a tus cielos],
con mi amor, mi sed.
Es la sed insaciable y ardiente
de sólo verdad;
dame, oh Dios, a beber en la fuente
[dame, oh Dios, a beber en la fuente]
de tu eternidad.
Méteme, Padre eterno, en tu pecho,
misterioso hogar;
[dormiré allí (tranquilo)]
[dormiré allí (tranquilo)],
pues vengo deshecho
de tanto bregar.
AMÉN
Esta poesía, como los sublimes deseos expresados tantas veces por Unamuno son una verdadera oración, que transciende la tierra y el cielo, para llegar a la suma transcendencia del trono Altísimo del Altísimo Dios.
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